martes, 11 de junio de 2013

Mientras tanto, en México, Benito Juárez es declarado Presidente Constitucional...


11 de Junio de 1861

En la sesión de hoy, el Congreso resuelve erigirse en Colegio Electoral y por 61 votos a favor y 55 en contra, se aprueba el dictamen de la mayoría de la Comisión dictaminadora que declara:

“Es Presidente Constitucional de la República Mexicana, el ciudadano Benito Juárez”, ya que “el Sr. Juárez ha obtenido la mayoría absoluta y ésta no se puede contrariar sino con sofismas y razones tan equívocas, como la de querer computar derechos de elegir en lugar de sufragios y esto tratando, de reducir a la práctica el negocio de elecciones”. Casi la mitad de los miembros del Congreso votaron en contra de Juárez; unos por ser partidarios de González Ortega o antiguos simpatizantes de Miguel Lerdo de Tejada y, algunos más, porque deseaban un mayor radicalismo que el que Juárez ha asumido.

Antes de llegar a una propuesta para el pleno, la Comisión dictaminadora se fraccionó en dos grupos: el mayoritario, formado por once diputados, que consideraba que sobre los 9,636 votos emitidos había que hacer el cómputo y juzgaba que Juárez había obtenido la mayoría absoluta, al recibir 5,289 sufragios de electores; y el grupo minoritario que pretendía que se tomara como base el total de los 15,000 electores que debería haber sufragado y en cuyo caso, Juárez no había alcanzado la mayoría absoluta y el Congreso debía elegir entre los candidatos que habían obtenido mayoría relativa. De haberse aprobado este segundo criterio, el Congreso habría tenido que escoger entre Juárez y González Ortega.

El 15 de junio Juárez se presentará al Congreso para tomar posesión de la Presidencia Constitucional. En la ceremonia pronunciará un discurso, en el que destaca lo siguiente:

“Profundamente convencido de que la Constitución de 1857 es la expresión de la voluntad nacional, la he sostenido con lealtad y la seguiré sosteniendo con la misma constancia que hasta aquí. Las Leyes de Reforma que han rehabilitado a México ante las Naciones civilizadas, colocándolo en la vanguardia de los pueblos libres, serán respetadas por mi Administración y cuidaré de que tengan su completo desarrollo, haciendo todos los esfuerzos que quepan en mi posibilidad para que la revolución democrática y regeneradora que la Nación está ejecutando siga su camino de conquistas sociales y humanitarias”.

“Las llagas palpitantes de nuestra sociedad son el espíritu de rebelión de que está poseída una clase no muy reducida, aunque sí bastante desprestigiada, y la falta de recursos. Para sojuzgar el primero, mi Gobierno empleará la fuerza armada; aplicará irremisiblemente la ley y usará, siempre con prudencia pero con la debida energía, de las facultades que se derivan de la suspensión de garantías y de las que el Congreso ha tenido a bien concederle por medio de decretos especiales. Espero que el mismo Congreso tendrá también fija siempre la vista en este cáncer lamentable de nuestra sociedad”.

“Respecto de la Hacienda, el Gobierno vive rodeado de angustias por los gastos enormes que tiene necesidad de erogar, para obtener la completa pacificación del país y porque la guerra civil de cerca de siete años ha agotado casi todas las fuentes del Erario. Este mal necesita un remedio pronto y radical; ese remedio difícil, pero posible, debe sacarse de la reducción de aranceles, del establecimiento de contribuciones directas y supresión de alcabalas, de la reorganización de las otras rentas federales, de la consolidación de la deuda pública, de la moralidad y economía en el régimen hacendario, de la reducción de casi todas las oficinas y supresión de algunas y del castigo eficaz del peculado y de cualesquiera otros abusos en el manejo de caudales”.

“Yo no reconozco otra fuente de poder más que la opinión pública. Mi afán será estudiarla; mi invariable empeño sujetarme a sus preceptos. A los hombres que están al frente de ella, toca ilustrarme y advertirme y mi mayor satisfacción será obsequiar las indicaciones que me hagan, fundadas en justicia y razón”.

En este nuevo periodo, Juárez enfrentará las gavillas que han surgido del ejército conservador derrotado, como las que asesinan a Melchor Ocampo, Leandro Valle y Santos Degollado. Asimismo, sufrirá las disputas entre los mismos liberales que ocasionarán la renuncia de varios de sus colaboradores. Desbaratará las maquinaciones para separarlo de la Presidencia y substituirlo por un triunvirato formado por los generales Manuel Doblado, Jesús González Ortega y José López Uraga. También hará frente a la desobediencia civil a las leyes de reforma que alienta el clero. Además, se verá obligado a declarar la suspensión de pagos de la deuda externa dada la insolvencia del erario público, lo cual dará pretexto a la invasión francesa.


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